En el liderazgo la comunicación es tanto el problema como la solución
Pocas cosas se enredan
tan fácil —y tan rápido— como las palabras. En un equipo, una frase mal
entendida puede sembrar dudas durante días. Un silencio a destiempo puede
convertirse en ruido. Y es que, en el liderazgo, la comunicación no es solo una
herramienta: es el terreno mismo donde se gana o se pierde la confianza.
A veces, todo parece ir bien. Las reuniones fluyen, los correos suenan profesionales, y las tareas avanzan. Pero por dentro... hay fisuras. Comentarios que se interpretan con recelo, instrucciones vagas que se reciben con ansiedad, líderes que “están” pero no conectan.
La
verdad es que comunicar no es simplemente hablar. Es escuchar con atención,
responder con empatía, saber cuándo decir algo... y cuándo es mejor callar. Es
notar el cambio en la voz de alguien cuando dice “todo bien”, o percibir el
silencio largo después de un “sí” que en realidad quiso decir “no estoy
seguro”.
Y
ahí es donde duele. Porque a veces, como líderes, no sabemos cómo leer esas
señales. Nos enfocamos en los resultados, en las métricas, en que el proyecto
salga... y nos olvidamos de que las personas no son piezas de ajedrez. Son
seres con miedos, ambiciones, días malos y ganas de ser vistas. De verdad.
Además,
seamos honestos: hay días en los que uno también está cansado. Días donde no
hay cabeza para conectar con el equipo, donde uno responde en automático. Y
claro, uno se justifica: “Es que tengo mil cosas encima”. Pero el equipo lo
siente. Se nota cuando alguien habla por cumplir, o cuando pregunta “¿cómo
estás?” y realmente escucha la respuesta.
La
buena noticia es que la comunicación también puede ser el puente. Ese que
reconstruye lo que el malentendido rompió. Un “me equivoqué” a tiempo, una
pregunta sincera, o incluso un momento de silencio compartido con intención...
pueden cambiar la dirección de todo un equipo.
No
se trata de ser elocuente ni de tener frases inspiradoras todo el tiempo. A
veces basta con ser humano. Con decir: “No tengo todas las respuestas, pero
estoy aquí. Estoy escuchando”.
A veces, todo parece ir bien. Las reuniones fluyen, los correos suenan profesionales, y las tareas avanzan. Pero por dentro... hay fisuras. Comentarios que se interpretan con recelo, instrucciones vagas que se reciben con ansiedad, líderes que “están” pero no conectan.
En el fondo, liderar no
es mandar. Es conectar. Y la conexión empieza —siempre— con una conversación
honesta. Aunque no salga del todo bien. Aunque cueste encontrar las palabras.
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