miércoles, 9 de julio de 2025

 

Cuando el sistema sanitario te rompe por dentro (y nadie lo nota)

Hay algo que no sale en los informes. Ni en los PowerPoints de gestión. Ni en los discursos que hablan de innovación, excelencia o sostenibilidad. Y es esa sensación —sorda, silenciosa— de estar rompiéndote por dentro mientras todo a tu alrededor sigue girando como si nada pasara.

Le ocurre a miles de profesionales que sostienen el sistema sanitario con su cuerpo, su mente y su vocación. En hospitales, sí, pero también en centros de salud, ambulancias, residencias, servicios de urgencias, domicilios, unidades móviles. Médicos, enfermeras, técnicos, celadores, administrativos, psicólogos, conductores, fisioterapeutas… Gente que un día eligió cuidar a los demás y que, poco a poco, empieza a sentir que nadie los cuida a ellos.

Y lo más duro es que casi nadie lo ve. Porque todo sigue: las consultas no paran, las ambulancias llegan, los turnos se cubren, las salas de espera se llenan. Pero por dentro, algo se va apagando.

Un sistema que habla de personas… pero funciona como una cadena de montaje

Aquí está la gran contradicción. Se habla de humanización, de empatía, de trato cercano. Pero en la práctica, muchos profesionales son tratados como si fueran reemplazables sin consecuencias. Como si un cuerpo más bastara para seguir cumpliendo con la agenda del día.

Y es que la gestión sanitaria, empujada por la burocracia, la sobrecarga y la lógica del rendimiento, ha convertido en rutina una forma de trabajar que despersonaliza. Se miden tiempos, rendimientos, tasas de resolución. Pero no se mide el cansancio, ni la angustia, ni la soledad emocional de quien está al otro lado del fonendo o del volante de una UVI móvil.

Historias que no llenan portadas (pero deberían)

No hacen falta grandes dramas para que alguien se sienta roto. A veces es solo la acumulación. El médico de familia que atiende a 40 pacientes en una mañana y aún intenta escuchar con atención. La enfermera de ambulancia que enlaza dos guardias y vuelve a casa en silencio. La técnica de cuidados que apenas tiene minutos para acompañar a una persona mayor que no ve a nadie más en todo el día.

Son historias pequeñas, pero constantes. Y pesan.

Porque no se trata solo del esfuerzo físico. Se trata del desgaste emocional, del desamparo institucional, de esa sensación de que se espera de ti una entrega infinita… sin espacio para parar, sin tiempo para sentir.

No somos máquinas

Quienes trabajan en sanidad no son robots. No basta con cambiarles el turno, darles un protocolo o una palmadita en la espalda. Son personas que sienten, que se implican, que se frustran, que se emocionan. Que tienen familia, que arrastran duelos, que a veces están al límite.

Tratarles como simples “recursos” —como si fueran parte de una cadena que no puede detenerse— es una forma de violencia silenciosa. Y, además, es ineficiente. Porque un sistema que agota a quienes lo sostienen no puede sostenerse por mucho tiempo.

Volver a lo esencial

Hablar de humanizar no es un adorno. Es una necesidad urgente. Y no solo hacia los pacientes, sino también hacia quienes están del otro lado del escritorio, del teléfono, del uniforme, del volante, del quirófano.

El sistema sanitario no puede seguir funcionando a base de parches y sacrificios personales. Necesita tiempo, respeto, escucha y cuidado. Porque la tecnología puede avanzar, los protocolos pueden mejorar… pero si las personas se rompen, todo lo demás se viene abajo.

Al final, por más vocación que tengas, por más profesionalismo que pongas, hay algo que nadie debería olvidar:

También tú puedes romperte.

Y si nadie lo nota, algo está muy mal.

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