¿Pandemia crónica o “tradición veraniega”? La mala planificación sanitaria que nunca se va de vacaciones
Cada verano, la sanidad parece sucumbir a una epidemia tan predecible como el calor: la mala planificación de recursos humanos. No hablamos de un virus nuevo ni de una bacteria resistente, sino de una costumbre tan arraigada que ya merece un capítulo propio en los manuales de salud pública: la reducción de plantillas y la sobrecarga de los profesionales que, heroicamente, permanecen al pie del cañón mientras otros disfrutan de la playa o la montaña.Las cifras no dejan lugar a dudas. Según estimaciones de sindicatos como SATSE, entre un 30 % y un 40 % de las vacantes por vacaciones o bajas no se cubren. Esto se traduce en más pacientes por profesional, cierre de camas y servicios, y, por supuesto, en una atención que hace aguas por todas partes. ¿El resultado? Profesionales agotados, pacientes desplazados de unidad en unidad como si el hospital fuera un juego de la oca, y una calidad asistencial que, en el mejor de los casos, sobrevive gracias a la buena voluntad y al café.
Pero no se preocupen: la administración siempre tiene un plan. O varios. O, mejor dicho, una colección de excusas y medidas improvisadas que se repiten cada año como si fueran los villancicos del verano. Desde las consejerías de Salud insisten en que existen “refuerzos” y que se reduce la actividad programada para adaptarse a la demanda, aunque los sindicatos lo describen directamente como “improvisación” y “falta de instrucciones claras”. Mientras tanto, los pacientes rechazan intervenciones quirúrgicas en verano un 22 % más que en invierno, quizá porque prefieren esperar a que el personal regrese de vacaciones o a no perder sus propias vacaciones.
Por supuesto, no faltan las soluciones creativas, como recurrir a los MIR de cuarto año para tapar agujeros. Sin embargo, las sociedades científicas lo rechazan de plano: ni son suficientes ni resulta justo convertir la formación en un parche para la mala gestión crónica. Como bien apuntan los expertos, la saturación de los centros de salud en verano no es ninguna sorpresa, sino la consecuencia de una falta de estrategia y previsión que se repite año tras año, sin que nadie parezca dispuesto a romper el ciclo.
¿Podemos considerar la mala planificación sanitaria en verano como una pandemia crónica?
Si aceptamos que una pandemia es una crisis que afecta de forma global, recurrente y con graves consecuencias para la salud pública, quizá deberíamos empezar a hablar de la “pandemia crónica de la mala planificación sanitaria en verano”. Una enfermedad sin vacuna, pero con remedio: voluntad política, planificación realista y respeto por quienes sostienen el sistema, incluso cuando el resto está de vacaciones. Porque, a este paso, el único virus que no muta es el de la improvisación.
Ahora bien, estrictamente hablando, no podemos considerar la mala planificación sanitaria en verano como una pandemia en sentido científico. Según la definición de la Organización Mundial de la Salud y la literatura médica, el término “pandemia” se reserva para enfermedades infecciosas que se propagan mundialmente, cruzan fronteras y afectan a un gran número de personas por su carácter transmisible. Ejemplos históricos son la gripe de 1918, el VIH o la COVID-19. Incluso enfermedades muy extendidas y letales, como el cáncer, no se consideran pandemias por no ser contagiosas.
Sin embargo, si dejamos a un lado la precisión científica y adoptamos un tono irónico, podríamos decir que la mala planificación de recursos humanos en sanidad durante el verano presenta todos los síntomas de una “enfermedad crónica” del sistema: se repite cada año, afecta a la mayoría de los territorios, genera sufrimiento tanto en pacientes como en profesionales, y no parece tener cura a corto plazo. Los cierres de camas, la sobrecarga de trabajo, la falta de sustituciones y la opacidad administrativa se han vuelto endémicos en los veranos sanitarios, con consecuencias directas en la calidad asistencial y en la salud mental de los trabajadores.
En resumen: no es una pandemia según los criterios médicos, pero sí una patología organizativa recurrente que cada verano pone en jaque a la sanidad pública y a quienes dependen de ella. Si existiera una vacuna contra la mala gestión, este sería el momento de administrarla en dosis masivas.
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